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Aquellas personas que muestren características de interés, y así lo deseen, podrán ser invitadas a una evaluación más profunda en las instalaciones del Cimcyc, que incluirá medidas de funcionamiento cerebral (no invasivas) y para la cual se compensarán las molestias.

Pablo acepta hablar sobre su pedofilia en un chat usando un nombre ficticio y acompañado de su terapeuta en Sevilla. Como a los padres de Sergi, le mueve que su testimonio sirva a otros. “A mí la terapia me ha devuelto la vida”, repite. Llegó a ella por mandato judicial. Tenía “treinta y muchos” cuando le denunciaron por tocar los genitales a una niña de su entorno. Como no tenía antecedentes, el juez le obligó a buscar ayuda. Si reincidía, iría a la cárcel. “Un par de psicólogos me dijeron que no sabían tratarme y eso no me molestaba, pero una terapeuta me echó a voces de su consulta, me llamó sinvergüenza, me dijo que a quien había que tratar era a los pobres niños con los que yo había hecho algo, y que como mujer y madre le parecía inaceptable que yo pidiese ayuda”. “Entiendo que no somos casos fáciles, ¿pero qué hacemos?”, escribe Pablo en el chat. “Yo no he elegido esto”.

La prevalencia de la pedofilia no está clara. Según los investigadores del Proyecto Dunkelfeld, el 1% de los hombres son pedófilos (otros estudios lo elevan hasta el 5%). Piense en uno de ellos. Es improbable que haya imaginado a un adolescente angustiado por algo que empieza a descubrir en su interior y que no puede compartir con nadie. Sin embargo, se sabe que la pedofilia, como todos los despertares sexuales, suele surgir en la adolescencia y venir acompañada de ansiedad, culpa, vergüenza, aislamiento e ideas suicidas.

Para muchos los tres pasos de Meng pueden ser obvios y simplistas. Sin embargo, él comparó sus consejos a mostrarnos cómo se hace un ejercicio de flexión de brazos en el gimnasio.

Desde hace tres años Pablo tiene novia. Al principio fueron a varias sesiones juntos porque no conseguía erecciones con ella. Un par de meses después, aconsejado por su terapeuta, se lo contó todo. ¿Cómo se explica algo así? Es la única pregunta que pide no responder: “Ella lo pasó fatal… No me hagas recordarlo, por favor, fue más duro que la denuncia, el juicio e incluso el intento de suicidio”. “Cuando me denunciaron sentí mucha vergüenza, pero curiosamente una parte de mí se sintió liberada”. Salir del secreto fue su segunda oportunidad. “Yo creo que un día esto va a ser un triste recuerdo”, dice. Pablo se alegra cuando en las noticias aparece la detención de un pederasta o una red de pornografía infantil. “Yo no me considero un monstruo, pero eso no quiere decir que no los haya. El problema es que la sociedad solo ve lo más aparatoso. Yo asumo mi responsabilidad y entiendo el daño que hice porque a mí también me lo hicieron. Estoy tratando de reconciliarme con mi vida y algún día me gustaría llegar a ser feliz”.

“En la adolescencia empecé a sentirme un bicho raro”, cuenta. “No estaba cómodo bebiendo alcohol, escuchando la música de los de mi edad… así que seguí rodeándome de niños más chicos. El problema no era que me gustasen las niñas; es que nunca dejaron de gustarme. Todos se flipaban por las tetas y a mí me daban igual”.

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